Premio a la vida y obra
de un periodista


Álvaro Castaño Castillo

Álvaro Castaño Castillo y Gloria Valencia de Castaño 1995

Gloria y yo sabemos muy bien que nuestra imagen de comunicadores no corresponde estrictamente al perfil de quienes en años anteriores han recibido este premio de Seguros Bolívar.

Fueron ellos figuras eminentes y creadores del gran periodismo escrito de nuestra patria en este siglo. Solo en dos ocasiones, en 1987 y 1989, el Premio fue otorgado a los medios audiovisuales en las personas de Yamid Amat y Juan Gossaín quienes comparten, con

Darío Arizmendi, la más cabal representación del periodismo en la radio y la televisión.

Es lógico que, descontadas estas excepciones, el Premio haya reconocido la importancia histórica del periodismo escrito que está íntimamente ligado a nuestra patria desde los tiempos del Virreinato de la Nueva Granada.

Han pasado más de dos siglos. Desde entonces cuántas hazañas del patriotismo, de la libertad y  de la inteligencia han protagonizado los periódicos. ¡Cuántos presidentes ha dado a Colombia la prensa escrita! Ese pasado ilustre y este presente que también la enaltece han sido reconocidos en la mayoría de las ocasiones, con toda justicia, por este Premio de Seguros Bolívar. Hoy, cuando se otorga por tercera vez a los medios electrónicos, debemos reconocer, al recibirlo, que la historia de la radio y la televisión es mucho más discreta. Poco más de 50 años para la primera y menos de 50 para la segunda.

En el principio fue la técnica. El milagro de la transmisión del sonido fue operado, administrado y conducido por los técnicos. Ahí radica la diferencia de filiación entre la prensa escrita y los medios electrónicos. En el arcano mundo de Marconi, los técnicos antecedieron a los hombres de letras que, después de una larga etapa de reserva y de inapetencia, fueron llegando poco a poco a las emisoras de radio y años después a la televisión.

Pero el tiempo ha pasado y nadie podría negar hoy que el micrófono y el televisor penetran cada vez más hondamente en la vida diaria del hombre contemporáneo.

El mundo de la noticia es manejado, con insuperable destreza, en ambos medios. La radio informativa, que en el principio se ejercía en las ciudades grandes y pequeñas a través de un conjunto desigual de noticieros parroquiales, hoy se ha concentrado en poderosas empresas que salvan las distancias con la velocidad del sonido y que traen la noticia a cualquier hora desde los más esquivos sitios del mundo. La red, la urdimbre técnica, que han tejido las grandes cadenas de radio en Colombia es insuperable y ejemplar. La televisión, su hermana menor, ha seguido también una trayectoria triunfante. En ella los noticieros, entrelazados con los comentarios de los capitanes de la radio y con las salas de redacción de los grandes diarios escritos, comienzan su diálogo con el país desde las más tempranas horas del día. No podría pedirse un servicio más eficaz en cuanto al manejo de la noticia.

Por una parte este manejo y por la otra la forma de desarrollar el aspecto de entretenimiento a través de las telenovelas, por ejemplo, constituyen avances indudables y estables de la radio y la televisión. Pero hay un tercer elemento: la Cultura.

Cuando los comunicadores recibimos la credencial para ejercer nuestra profesión, el Estado nos dice que la radiodifusión está integrada por tres elementos sustanciales: la información, el esparcimiento y la cultura. Esta definición ha permanecido inamovible. Por encima de ella han pasado, con el correr del tiempo, las más diversas disposiciones reglamentarias que se contradicen y se esfuman. Pero el núcleo permanece: Información, Esparcimiento, Cultura.

Los tres lados de un triángulo que no es equilátero, ni en nuestra televisión ni en nuestra radio, porque la proporción de los espacios que se destinan a la cultura es mucho menor que la ocupada por las noticias y el esparcimiento.

Es la pura verdad. La cuota reservada a los temas de la cultura se ha ido reduciendo notablemente. En los primerísimos tiempos de la televisión, hace más de 40 años, esa proporción era mucho mayor.

Los programadores de televisión, los anunciadores y los publicistas que son mis amigos, mis interlocutores y mis compañeros, en esta brega diaria de la vida, tienen muchas reservas y dudas cuando analizan la posibilidad de abrir las puertas a un nuevo programa cultural. Temen que no interese a las grandes audiencias. Normalmente la propuesta cultural se rechaza y si llega a ser aceptada se relega a los suburbios de la programación. Un destacado dirigente de la televisión llegó a decir “con palabra pecadora”, como calificó Borges a otra infortunada metáfora de Gracián, que este era un país “lobo”, entre comillas desde luego, y que como a tal debía ofrecérsele temas de nivel bajo.

Esa afirmación aún me estremece. Yo creo, por el contrario, que las grandes masas están dispuestas a aceptar toda propuesta cultural que las enaltezca, como lo ha demostrado recientemente el clamoroso éxito popular de los recitales operáticos que muchos habían considerado interesantes solo para las minorías.

El Premio de Seguros Bolívar tuvo el año pasado una connotación especial. Por primera vez se otorgó a una pareja. No a Gloria Valencia, ni a Álvaro Castaño considerados individualmente, sino a la suma de los dos, a la labor que en forma conjunta y concertada hemos adelantado durante medio siglo.

Aun antes de que la Emisora HJCK fuera fundada y antes de que contrajéramos matrimonio, Gloria presentaba, en el micrófono de la Radiodifusora Nacional, las Noticias culturales que ambos redactábamos.

Se inició así una tarea de divulgación que no ha cesado. Trabajar en los temas y las ocupaciones que a uno le agradan es ya una benévola decisión del destino, pero si a ello se agrega que esos temas y esas ocupaciones se desarrollan a un mismo tiempo y en completa armonía con el ser amado, puede decirse que la vida nos ha concedido la plenitud. No es frecuente que el hombre y la mujer compartan una misma y diaria tarea, una misma agenda de trabajo. Gloria y yo logramos esa convergencia feliz en el mundo de las comunicaciones. Nos interesamos por los mismos valores del espíritu y por el deseo de compartirlos con las audiencias invisibles. El acta del Jurado ha aludido a esa circunstancia al asociarnos en el otorgamiento de este Premio.

Al recibirlo con gratitud, Gloria y yo nos afirmamos en la convicción de que la pareja humana, acoplada y armonizada en un mismo ideal, puede ser el instrumento más eficaz de avance en la sociedad en que vivimos. Lo dijo Saint-Simon y lo recuerda Ortega y Gasset en Sus estudios sobre el amor: “El verdadero individuo humano es la pareja hombre-mujer”.

Además, señores del Jurado, ustedes han premiado el amor.

Muchas gracias.